Crónica: “Fuimos cuerpo, voz y bandera” (ESTO QUE PONGO AQUÍ ES PROVISIONAL, HAY QUE ACOMODARLO BIEN EN LA PÁGINA QUE SE ESTÉ DESARROLLANDO)

Dicen que las mujeres no estamos hechas para la guerra, pero en abril de 2021 entendí que resistir también es una forma de cuidar. Me llamo Lina, soy madre de familia y residente en el barrio Puerto Resistencia, y ese 28 de Abril no salí buscando pelea, salí porque mis hijos no tenían esperanza en tener un buen futuro. Salí porque ya no nos alcanzaba ni para el arroz, porque la reforma que quería imponer aquel gobierno al mando fue la gota que rebasaba un vaso lleno de injusticias. 

Aquel día, el aire olía a gas lacrimógeno y a dignidad. En las calles del barrio se encontraban los muchachos protestando por sus derechos y las injusticias que se estaban cometiendo en el país, esos que muchos llamaron vándalos, improvisaban escudos con tapas de tanques y pedazos de zinc. Nosotras las mujeres, estábamos allí, unas cocinando, otras atendiendo a las personas que se encontraban heridas por los enfrentamientos con la policía y el ESMAD, y otras gritando y luchando al frente.

Yo tenía una olla grande de sancocho para atender y darles alimentación a aquellos que luchaban por nuestros derechos cuando los gases empezaban a arder en los ojos. Las noches eran largas. El sonido de los helicópteros nos mantenía despiertas, y la rabia se mezclaba con el cansancio. Pero también había esperanza. Recuerdo que las mujeres no solo luchaban por medio de la fuerza o los gritos de lucha que se percibían en el ambiente, sino que también luchaban por medio del arte. 

Los medios decían que Cali estaba en caos. No hablaban de nosotras, de cómo organizábamos ollas comunitarias para que los jóvenes comieran, de cómo hacíamos turnos para vigilar las esquinas del barrio, de cómo llorábamos juntas cada vez que un muchacho no regresaba a casa o lo mataban en medio de los enfrentamientos que se presentaban.

No, de eso no hablaban. Pero nosotras sabíamos la verdad: fuimos cuerpo, voz y bandera. Cada paso, cada grito y cada lágrima eran parte de una misma resistencia. No peleábamos solo por los impuestos o por una reforma: peleábamos por ser escuchadas, por nuestros hijos, por nuestros barrios, por la vida misma.

Han pasado años, y cada vez que paso por Puerto Resistencia y veo ese monumento lleno de colores, me tiemblan las manos. Pienso en cada una de las mujeres que alzaron su voz y ayudaron en medio de las protestas. Pienso que aunque intentaron borrarnos, seguimos aquí, transformando el dolor en memoria. Porque nosotras, las mujeres del paro, no fuimos espectadoras: fuimos la primera línea del amor y la dignidad.