En medio de una pandemia que dejó al mundo pendiendo de un hilo desde marzo de 2020, en todo el globo parecieron paralizarse las distintas problemáticas que lo atravesaban. De manera casi que automática los asuntos prioritarios dejaron de ser las garantías de vivienda, la seguridad alimentaria, las respuestas oportunas a las latentes necesidades del inicio de década, entre otros. De la noche a la mañana, los países consideraron que comprar papel higiénico era ahora la prioridad para ahuyentar o prevenir, de un modo cuando menos apocalíptico, a ese monstruo que llegó a invadir la vida de la humanidad y que nadie había previsto venir. El COVID-19 separó brazos, labios y manos, y era la antítesis del arte de la reunión.

Paralelamente, aunque era difícil de creer o ejecutar, para muchos existía ese pequeño paraíso para el que no se necesitaba presupuesto, ni salir de lo que ahora podían darse el lujo de llamar hogar; luego de que el suyo propio les fuese arrebatado por las garras de otro monstruo que acecha a las generaciones colombianas desde hace casi 6 décadas: el conflicto armado.

Este pequeño paraíso es el escenario social de la comunidad de Llano Verde, en donde el monstruo que prometía robarles la existencia a la comunidad desplazada por el conflicto armado y reubicada en 2013 para echar nuevas raíces ubicó a 5 muchachos del barrio.

Y sus garras no quisieron soltarlos.

Casi al mediodía del 11 de agosto del 2020, 5 sillas quedaron vacías; 5 platos, servidos; 5 familias, esperando abrazar a quienes vivían con ellas.

En medio de ese pequeño paraíso que emprendía la huida hacia la libertad, fuera del abandono del Estado, de la pandemia, del aislamiento y de la misma realidad, 5 adolescentes salieron al cañaduzal que habitaban y al que se acercaron a hacer dos sencillas actividades: masticar caña y volar cometa.

Después de eso… una pantalla estática. Un silencio de 12 del día a 7 de la noche, en donde los anuncios de llegada se quedaban circulando en el calor del suroriente de la ciudad. Donde los oídos de los familiares esperaban y anhelaban las voces de sus hijos. La hora cero aterrizó los gritos a silencios, y las incertidumbres a un duelo cerrado. La oscuridad del cañaduzal abrazaba los cuerpos de los jóvenes, que yacían sin pulso, dormitando, a la sombra del frondoso árbol.

Cinco lazos unieron a cinco familias a partir de ese día. ¿A qué venían ahora los dos metros reglamentarios de distancia, cuando lo que más se necesitaba era un abrazo? Y qué abrazo el que recibe la comunidad de Llano Verde: uno eterno, dolido y sensible. Uno que acompaña, pero que también exige justicia.

Y más allá del contexto, ¿qué queda? Queda la memoria, ahora habitada vacíamente, de Leider Cárdenas, Jean Paul Cruz, Jair Cortés, Luis Fernando Montaño y Álvaro José Caicedo. Sus nombres hoy sobrevuelan las estelas de lo que antes fue su vida, y sus memorias siguen siendo abrazadas en cada rincón por sus familiares, cada que ven pasar al 11 de Agosto cerca de su existencia.

Y es aquí cuando la memoria trasciende.

¿Quiénes somos?

Una joven morena cn trenas sonríe ante la cámara.

Karla Mosquera

Guionista y Fotógrafa


Amante a las letras, lleva la narrativa desde una perspectiva histórica.

Danna Moreno

Diseñadora

Del equipo, quien crea y transforma a través del diseño.

Ceci Alarcón

Editora y Fotógrafa

Encuadra, comunica y actúa con convicción.